Sunday, March 24, 2013

Una decisión




Una decisión

Me tengo que levantar, levantar. Ya salió el sol. Rotar, rotar a ver el reloj. Siete y media. Bien. Hoy es el día en que me levanto. Qué lindo el sol que se cuela por la ranura de la persiana. Cuando me levante la voy a subir y voy a mirar para afuera. Debe ser primavera. Debe haber florecido el árbol de enfrente. Debe de estar celeste el cielo. Tengo hambre. ¿Qué desayunaría? Una chocotorta. Una rogel. Un cheesecake. Y una coca. ¡Qué ganas de tomarme una coca! Pero por dios, qué foca que soy. Solo pienso en comer. Mejor pensar en el cielo azul y como saldré a caminar a la calle. A rodar. No, no tengo que ser mala conmigo misma, si empiezo así ya a la mañana vamos mal. Levantarme. Uf, mierda, qué pesada me siento. Pero ayer comí poco. Creo. ¿Qué comí? Ah, si las papas fritas. La chocolatada. El pebete de salame. Eso fue todo, ¿no? No importa, hoy es un nuevo día y me tengo que levantar. Al menos hacer el esfuerzo y moverme hasta el baño. La chata huele mal y me canso. Arriba, arriba, nena, vos podés. Dale, que vos podes. Vamos. Vamos. Esta colcha pesa como el demonio. Uy, no; se cayeron los maníes. Como ruedan por el piso. Ahora los voy a tener que levantar, qué fastidio. Vamos. Arriba. ¡Arriba! Cómo peso. Todo pesa. El mundo pesa. Quichicientas toneladas. Casi como yo. Pero hoy es el día, sí, sí, es hoy. Y voy a salir y voy a caminar. Con algo tengo que empezar, ¿no? Puedo pasar por el McDonalds. ¡Qué rico el BigMac! Pero, no, tengo que empezar a bajar de peso porque si no me quedo dura acá. Vamos, ¡arriba! Aunque que nadie me quiera ni me respete, tengo que hacer el esfuerzo por valerme por mí misma. Tengo que hacer el esfuerzo. Es poco lo que pido, muy poco. Y si empiezo hoy, todo va ir mejorando.
El médico, cuando vino el otro día me dijo que puedo mejorar, que puedo levantarme, que puedo salir al mundo. Pero que si me quedo acá, bueno, me van a tener que sacar con una grúa. Como en las películas. Como si yo quisiera eso. Vendrían los de TN y me harían un reportaje. No, ni siquiera. Sería digna de documental. “La mujer-ballena encalló en el marco de la puerta. Albañiles tuvieron que picar a su alrededor. Peligra su vida.”
Dejame de joder, ahora te levantás. ¡YA!, te levantás. Afuera está lindo, no tenés excusa. Dale.
Mmmmmmm. Au, au, au. ¡Qué dolor! ¿Desde cuándo me duele incorporarme? No, ¿hace cuánto no me incorporo? Qué pocilga que está hecha la pieza. Qué pocilga de comida podrida soy yo. Mi estómago debe de tener comida a medio digerir de la semana pasada. ¿Cómo se puede vivir así? Así de, de… deforme. Mis pies se ven lejanos. Hay colinas y colinas, bah, una cordillera entera y eterna de grasa ondulante hasta llegar a ellos. Por Dios, ¿cómo llegué a estar así?
Es solo un paso más. Bajo las piernas al piso y ya, me incorporo. Me levanto. Camino. Me visto. Salgo.
El piso. Qué sensación extraña sentirlo. Está frío. Pero es una sensación. Otra, más allá de tener hambre. Me da miedo. ¿Soportarán mis piernas flaquitas todo este peso? Todos estos años de hambre y comida. Solo me queda intentarlo. Ahí vamos. Un paso pequeño para mí, un paso gigante para el resto de mi vida. Vamos, vamos sin dilación. Vos podés. ¡Yo puedo! Arriba, con envión.
No; mis patitas no van a poder. Son dos escarbadientes. Se van a enterrar en esta grasa, la grasa se va a derretir sobre ellos y va a caer como una cascada de carne sólida al piso. ¿Cómo la recojo? Qué cruel que soy conmigo misma y qué poca fe me tengo. Arriba. En serio. De premio me puedo comer un chocolate. Uno chiquito. O un cuadradito de una tableta untuosa y dulce. Dale, vamos, arriba. A-R-R-I-B-A. ¡YA! La reputaqueteremilparió. Dale gorda fofa pedorra hace el esfuerzo. Dale. Ni incentivarte con un chocolate podés. Ni con el cielo azul. Ni con nada, inservible cerda inmunda.
Sí puedo. Te voy a demonstrar que puedo. Y te vas a ensobrar todo lo que me insultaste. Ahí voy.
Gracias a dios el placard me impidió que me estrolara contra el piso que está helado. ¿Desde cuándo hay tan poco espacio entre la cama y el placard? Claro, la distancia es inversamente proporcional a mi gordura. Pero acá estoy, estoy parada. Media enclenque, pero sí, parada. ¡Qué hazaña! Pero la cama sí que era cómoda. Dios, me metería de vuelta. El mundo es más lindo visto horizontalmente.
No, no, qué decís, hay que salir a caminar. A dar una vuelta. A respirar aire puro o lleno de gasoil pero sí transitar el mundo exterior. Yo puedo. Me pongo una batón, las chancletas y salgo. Me importa un carajo que me miren mal, así de reojo y que algún adolescente prepotente me grite que linda tu carpa. Sí, y para enfurecerlo me voy a poner el más chillón que encuentre, para demostrarle que yo soy guapa y me la banco. Que esto es el principio. Que cuando pierda todo este peso y me vista como una diosa, me chifle por detrás. Porque sé que soy una diosa. Solo que está camuflada detrás de años de sufrimiento. Si los gordos regenteados por Cormillot pueden, porque yo no. Vamos. Un solo paso te pido. Dale. Y otro. Y otro. Ya llegamos a la puerta. Dale que el batón me queda bien. Vamos. Adelante.
¿Cómo cruzo el umbral? Me pongo de costado, ¿no? Eso va a ser más fácil. Uno siempre es más flaco de costado. Estoy segura. Ahí vamos.
No, no, no. ¡NO! Te dije que era mala idea. MALA, MALA IDEA. ¡Qué imbécil que sos a veces!  No tenés ni el más mínimo sentido común. Ahora gritá. ¿A ver quién te ayuda? No, ni lo pienses, el chapulín colorado no existe. Y Silvana duerme. Ni se te ocurra despertarla que estuvo trabajando hasta las seis de la madrugada.
O vas para adelante o atrás, pero para algún lado tenés que ir. JUGATE. ¡YA!

Soy libre. El cielo es celeste. Es de verdad. Hoy es el primer día de mi vida. 


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