Una
decisión
Me
tengo que levantar, levantar. Ya salió el sol. Rotar, rotar a ver el reloj.
Siete y media. Bien. Hoy es el día en que me levanto. Qué lindo el sol que se
cuela por la ranura de la persiana. Cuando me levante la voy a subir y voy a
mirar para afuera. Debe ser primavera. Debe haber florecido el árbol de
enfrente. Debe de estar celeste el cielo. Tengo hambre. ¿Qué desayunaría? Una
chocotorta. Una rogel. Un cheesecake. Y una coca. ¡Qué ganas de tomarme una
coca! Pero por dios, qué foca que soy. Solo pienso en comer. Mejor pensar en el
cielo azul y como saldré a caminar a la calle. A rodar. No, no tengo que ser
mala conmigo misma, si empiezo así ya a la mañana vamos mal. Levantarme. Uf,
mierda, qué pesada me siento. Pero ayer comí poco. Creo. ¿Qué comí? Ah, si las
papas fritas. La chocolatada. El pebete de salame. Eso fue todo, ¿no? No
importa, hoy es un nuevo día y me tengo que levantar. Al menos hacer el
esfuerzo y moverme hasta el baño. La chata huele mal y me canso. Arriba,
arriba, nena, vos podés. Dale, que vos podes. Vamos. Vamos. Esta colcha pesa
como el demonio. Uy, no; se cayeron los maníes. Como ruedan por el piso. Ahora
los voy a tener que levantar, qué fastidio. Vamos. Arriba. ¡Arriba! Cómo peso.
Todo pesa. El mundo pesa. Quichicientas toneladas. Casi como yo. Pero hoy es el
día, sí, sí, es hoy. Y voy a salir y voy a caminar. Con algo tengo que empezar,
¿no? Puedo pasar por el McDonalds. ¡Qué rico el BigMac! Pero, no, tengo que
empezar a bajar de peso porque si no me quedo dura acá. Vamos, ¡arriba! Aunque
que nadie me quiera ni me respete, tengo que hacer el esfuerzo por valerme por
mí misma. Tengo que hacer el
esfuerzo. Es poco lo que pido, muy poco. Y si empiezo hoy, todo va ir
mejorando.
El
médico, cuando vino el otro día me dijo que puedo mejorar, que puedo
levantarme, que puedo salir al mundo. Pero que si me quedo acá, bueno, me van a
tener que sacar con una grúa. Como en las películas. Como si yo quisiera eso.
Vendrían los de TN y me harían un reportaje. No, ni siquiera. Sería digna de
documental. “La mujer-ballena encalló en el marco de la puerta. Albañiles
tuvieron que picar a su alrededor. Peligra su vida.”
Dejame
de joder, ahora te levantás. ¡YA!, te levantás. Afuera está lindo, no tenés
excusa. Dale.
Mmmmmmm.
Au, au, au. ¡Qué dolor! ¿Desde cuándo me duele incorporarme? No, ¿hace cuánto
no me incorporo? Qué pocilga que está hecha la pieza. Qué pocilga de comida
podrida soy yo. Mi estómago debe de tener comida a medio digerir de la semana
pasada. ¿Cómo se puede vivir así? Así de, de… deforme. Mis pies se ven lejanos.
Hay colinas y colinas, bah, una cordillera entera y eterna de grasa ondulante
hasta llegar a ellos. Por Dios, ¿cómo llegué a estar así?
Es
solo un paso más. Bajo las piernas al piso y ya, me incorporo. Me levanto.
Camino. Me visto. Salgo.
El
piso. Qué sensación extraña sentirlo. Está frío. Pero es una sensación. Otra,
más allá de tener hambre. Me da miedo. ¿Soportarán mis piernas flaquitas todo
este peso? Todos estos años de hambre y comida. Solo me queda intentarlo. Ahí
vamos. Un paso pequeño para mí, un paso gigante para el resto de mi vida.
Vamos, vamos sin dilación. Vos podés. ¡Yo puedo! Arriba, con envión.
No;
mis patitas no van a poder. Son dos escarbadientes. Se van a enterrar en esta
grasa, la grasa se va a derretir sobre ellos y va a caer como una cascada de
carne sólida al piso. ¿Cómo la recojo? Qué cruel que soy conmigo misma y qué
poca fe me tengo. Arriba. En serio. De premio me puedo comer un chocolate. Uno
chiquito. O un cuadradito de una tableta untuosa y dulce. Dale, vamos, arriba.
A-R-R-I-B-A. ¡YA! La reputaqueteremilparió. Dale gorda fofa pedorra hace el
esfuerzo. Dale. Ni incentivarte con un chocolate podés. Ni con el cielo azul.
Ni con nada, inservible cerda inmunda.
Sí
puedo. Te voy a demonstrar que puedo. Y te vas a ensobrar todo lo que me
insultaste. Ahí voy.
Gracias
a dios el placard me impidió que me estrolara contra el piso que está helado.
¿Desde cuándo hay tan poco espacio entre la cama y el placard? Claro, la
distancia es inversamente proporcional a mi gordura. Pero acá estoy, estoy
parada. Media enclenque, pero sí, parada. ¡Qué hazaña! Pero la cama sí que era
cómoda. Dios, me metería de vuelta. El mundo es más lindo visto
horizontalmente.
No,
no, qué decís, hay que salir a caminar. A dar una vuelta. A respirar aire puro
o lleno de gasoil pero sí transitar el mundo exterior. Yo puedo. Me pongo una
batón, las chancletas y salgo. Me importa un carajo que me miren mal, así de
reojo y que algún adolescente prepotente me grite que linda tu carpa. Sí, y
para enfurecerlo me voy a poner el más chillón que encuentre, para demostrarle
que yo soy guapa y me la banco. Que esto es el principio. Que cuando pierda
todo este peso y me vista como una diosa, me chifle por detrás. Porque sé que
soy una diosa. Solo que está camuflada detrás de años de sufrimiento. Si los
gordos regenteados por Cormillot pueden, porque yo no. Vamos. Un solo paso te
pido. Dale. Y otro. Y otro. Ya llegamos a la puerta. Dale que el batón me queda
bien. Vamos. Adelante.
¿Cómo
cruzo el umbral? Me pongo de costado, ¿no? Eso va a ser más fácil. Uno siempre
es más flaco de costado. Estoy segura. Ahí vamos.
No,
no, no. ¡NO! Te dije que era mala idea. MALA, MALA IDEA. ¡Qué imbécil que sos a
veces! No tenés ni el más mínimo sentido
común. Ahora gritá. ¿A ver quién te ayuda? No, ni lo pienses, el chapulín
colorado no existe. Y Silvana duerme. Ni se te ocurra despertarla que estuvo
trabajando hasta las seis de la madrugada.
O
vas para adelante o atrás, pero para algún lado tenés que ir. JUGATE. ¡YA!
Soy
libre. El cielo es celeste. Es de verdad. Hoy es el primer día de mi vida.
No comments:
Post a Comment